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Reflexiones sobre DHH, el open source y la política en el trabajo
Cuando empecé a trabajar en tecnología, allá por 2006, la política parecía no tener lugar en la oficina. De hecho, era algo que se reservaba a algún pariente tildado de fanático en la mesa familiar del domingo. No porque estuviera prohibida, sino porque el clima era de apatía generalizada. Obviamente la gente tenía sus ideologías y sesgos, pero no estaba tan normalizado tener una postura sobre cada tema. Pasé años sin saber qué pensaban muchos mis compañeros sobre nada que no fuera frameworks, deadlines y deploys. En las privadas donde cursé carreras tecnológicas, el promedio se autopercibía apolítico: estudio, consigo laburo, me compro unos jueguitos, fin. Ese supuesto desinterés no es anecdótico, está documentado por investigaciones locales que en la década siguiente empezaban a mapear las oscilaciones entre desencanto y re-politización en Argentina. Kriger, M. (2014). Politización juvenil en las naciones contemporáneas. El caso argentino. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud.
Con el tiempo fui entendiendo que el ser apolítico era más una estética que un hecho. En el día a día de sistemas siempre hubo política: en qué proyectos se financian, qué datos se recolectan, cómo se contrata, qué se terceriza, qué se automatiza, qué se modera y qué se deja pasar. Solo que esa política viene de fábrica, es el default. Se confunde con “lo normal” y no se nombra.
2018
Durante la década del 2010 se comenzó a gestar a nivel mundial un resurgimiento de los movimientos feministas y las militancias en sectores menos representados. En 2015 tuvimos Ni una Menos, que se expandió por el resto de Latinoamérica y el mundo. En 2017 con la llegada de Trump al poder las estadounidenses se sumaron con su Women’s March. En 2018 la marea violeta llegó a Silicon Valley con el Google Walkout, una protesta masiva de trabajadores de Google contra el manejo de casos de acoso sexual. Una movilización que mostró que la cultura organizacional también es un campo político.
La chispa se prendió y en los años subsiguientes muchas big tech anunciaron compromisos multimillonarios en diversidad, equidad e inclusión (DEI). Hubo recursos, metas y equipos dedicados. Fueron años de cashflow e inversiones abundantes que muchas de estas empresas usaron para pegar un lavado de cara. Ser inclusivo estaba a la moda, era lo que pedía el mercado.
Cinco años después, vemos un péndulo: varios gigantes recortaron sus programas DEI, eliminaron metas de igualdad de sus reportes y desarmaron estructuras específicas para este fin. El caso de Amazon en 2024/2025 es ilustrativo, pero forma parte de una tendencia más amplia.
Pero como todo péndulo, una vez puesto en marcha, a la bola no le alcanza con volver a su posición original, necesita pasarse al otro lado.
La política de “no hablar de política”
Durante los años DEI emergió la semilla de un discurso paralelo: el trabajo “no es para discutir política”. Dos de sus casos más representativos fueron Coinbase y Basecamp:
Coinbase (2020). El CEO Brian Armstrong publicó “mission-focused company”, un artículo planteando que la compañía no debatiría activismo político en canales internos. Ofreció paquetes de salida para quienes no estuvieran de acuerdo y algunos empleados se fueron.
Basecamp/37signals (2021). Los socios principales Jason Fried y DHH anunciaron “No más discusiones sociales y políticas” en el trabajo. El resultado: alrededor de un tercio de la empresa aceptó paquetes de salida y se fue. Más tarde, DHH defendió la medida y, ya en 2022, redobló la apuesta publicando una serie de textos argumentando en contra de la “dominancia DEI”.
Estos casos muestran algo clave: decir “no hablemos de política” es una decisión política. Define qué temas son legítimos en horario laboral, quién decide el encuadre y cuáles son las consecuencias de salirse. Muchas organizaciones, además, fueron afinando la mano dura frente al activismo interno, lo que consolida un clima de “work is work”.
“Prohibido fijar carteles”
¿Vieron esas paredes que blanden un cartel gigantesco que dice “Prohibido fijar carteles”? Porque lo que molesta no es el cartel en sí mismo sino el hecho de no poder controlar su contenido. Este tipo de medidas tiene el mismo enfoque: En muchas empresas, prohibir “la política” no es porque molesta hablar de política, sino porque molesta discutir agendas que desafían el plan de negocio, la cultura dominante o la reputación pública. La neutralidad, cuando la hay, es selectiva.
La neutralidad política no existe, solamente refuerza el statu quo y quienes dominan en un campo no quieren que las cosas cambien.
¿Separar el software del desarrollador?
La idea de separar la obra del artista es un concepto que se discute seguido sobre todo cada vez que un autor o músico consagrado es protagonista de algún escándalo. Y el software no es ajeno a este fenómeno, ya que tiene sus propios rockstars.
DHH tiene un feudo con la comunidad de Ruby que ninguno de los involucrados parece saber cómo resolver. Hace poco Guillermo Rauch, CEO de Vercel, deslizó una foto junto al primer ministro israelí. Ni siquiera importa si su intención fue política porque en el contexto geopolítico donde estamos parados, el mensaje es muy claro.
Pero muchos seguimos usando Ruby o Next y muchas veces lo hacemos para proyectos que están completamente del otro lado del espectro político de sus creadores. A diferencia de una obra de arte que está planteada principalmente como un mensaje del que nosotros somos receptores, los lenguajes de programación son herramientas que podemos utilizar para construir nuestra propia visión del mundo. Nuestros propios mensajes.
Yo no me considero a favor de cancelar herramientas sobre todo en el mundo del open source donde podemos incluso participar y moldearlas a nuestro gusto o forkear si hace falta. Esto no significa que para usarlas tengamos que ignorar las conductas inapropiadas de quienes las crearon. Si me parece distinto en el caso de los servicios pagos. Ahí cada quien tiene que decidir si quiere apoyar o no monetariamente a una empresa y las ideas que representa. Lo que los dejé dormir tranquilos por la noche.
La neutralidad no existe, es el default de alguien. En software siempre jugamos con defaults. Quizás no se trata de convertir cada daily en una asamblea ni de cancelar lenguajes como si fueran bandas, pero sí de ponerle nombre a los problemas que siempre estuvieron ahí y reconocerlos como tales para buscar soluciones colectivas.
¿Quién se está quedando afuera de lo que construimos? Esa es para mí la pregunta clave que tenemos que hacer. En un mundo hostil a lo diferente tenemos que elegir las batallas con inteligencia y saber aprovechar los avances que sobrevivieron.
Podemos usar herramientas creadas por gente con la que no coincidimos y, a la vez, hacernos cargo de —qué— financiamos y a quién habilitamos cuando pagamos un servicio. Quizás así podemos construir un futuro más amigable sin necesidad de reinventar la rueda.
¿Qué opinan de todo esto? Dejen comentario o manden paloma mensajera, me interesan sus posturas.
Gracias por leer, nos vemos la semana que viene.
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