Educación neurodivertida
Lo que aprendí sobre enseñar, programar y sostenerme en el caos sin que nadie se de cuenta (hasta ahora)
Rey, usted siempre hace el proceso al revés.
Ese fue el feedback que me dio una de mis profesoras de la facultad, allá en los anales del tiempo cuando cursaba segundo año de diseño gráfico.
Todo empezó cuando nos pidieron armar una entrega gráfica que representara “etapas”. ¿Etapas de qué? De lo que quisiéramos.
Mi mente fue directo a la pieza final: un collage (mi lugar feliz) sobre lo que se supone que una mujer debería desear en distintas etapas de su vida. Me puse a trabajar e hice esto:
Estaba orgullosa de mi concepto, del recurso visual de pasar del rosa al negro y, sobre todo, el toque final: el objeto máximo, el marido sin cabeza. Teníamos todo: buen gusto, colores, un toque de crítica social. Boom.
El problema fue cuando me pidieron explicar el proceso... y tuve que admitir que no hubo proceso. O sí, pero no estaba documentado. Tuve una idea, la representé con imágenes, y recién después pensé cómo conectar esas imágenes con una historia y un significado. Aparentemente, esa no era la forma de trabajar. Primero había que anotar conceptos, luego buscar referencias que los representaran, y recién ahí hacer bocetos que eventualmente llevarían a la pieza final.
No era la primera vez que pasaba algo así, pero sí fue la primera que Lorena Leonhardt me lo dijo en voz alta. Recuerdo hundirme en la silla del aula de proyectual sin saber qué decir. Aprobé el trabajo con buena nota, pero no pude evitar quedarme pensando:
¿Por qué mi proceso está roto?
Me pasa algo similar con el código. Mi forma de pensar soluciones es absolutamente caótica. ¿Compartirla? Me da mucha vergüenza.
Siempre digo que para programar no tengo flow. Mi proceso es trabado y lleno de interrupciones. No apto para entretener en un stream. Pero funciona. Y tiene un método. Caótico, pero método al fin.
Cuando empecé a dar clases y charlas en vivo, mi mayor miedo era olvidarme qué decir. No porque no sepa del tema —de hecho, son temas que manejo muy bien—, sino porque el esfuerzo cognitivo que me requiere hablar en público ocupa tanto espacio que no me deja acceder con claridad a esa información que, además, vive toda junta y completamente desordenada en mi cabeza.
No es timidez. Mi esfuerzo no es con el público. El problema es que, cuando empiezo a hablar, quiero contarlo TODO en el momento en que lo recuerdo, sin importar contexto ni jerarquía entre los temas.
Hay personas que tienen el cerebro ordenado como góndola de supermercado. Todo en su categoría. Señalética, referencias cruzadas.
Mi cerebro, en cambio, es una mesa de descuentos: todo a la vista, apilado y arrugado, sin orden aparente, con un gran cartel arriba que dice “LIQUIDACIÓN POR CIERRE”.
Hace relativamente poco me enteré de que ese tipo de organización tiene nombre: son las funciones ejecutivas del cerebro. Y que a algunas personas eso nos falla. Entenderlo no me entristeció. Fue un momento de iluminación. Porque cuando sabés que algo no funciona bien, podés trabajar en compensarlo.
El deseo de dar clases fue más fuerte. Así que armé un sistema de apoyo, de eso que en marketing llamarían hacks:
Antes de cada clase armo una lista de los temas a cubrir, en orden
Siempre tengo diapositivas con lo que quiero decir, en el orden que quiero decirlo
Jamás practico la clase entera, porque sé que no voy a poder replicarla igual
Las diapositivas son simples: un título, un diagrama. Yo ya sé qué decir, pero necesito una brújula visual
Todos mis ejercicios prácticos están resueltos de antemano. No porque no sepa hacerlos, sino porque no puedo arriesgarme a que mis funciones ejecutivas me fallen en vivo
A veces programo desde cero, pero SIEMPRE tengo una versión terminada a mano, por si todo falla
Me dejo mensajes en la consola y comentarios con cosas que no me puedo olvidar de decir
Durante mucho tiempo pensé que estos hacks eran trampas para esconder mi inutilidad. Que si necesitaba prepararme tanto, dejar notas o resolver cosas por adelantado, era porque no era lo suficientemente buena. Me convencí de que no podía dar charlas, enseñar o programar en serio si necesitaba tantas muletas.
Pero esas “muletas” no son fraude. Son puentes. Estrategias. Adaptaciones. Y no me hacen menos profesional. Me hacen funcional.
Nos vendieron la idea de que si algo no se hace en vivo o espontáneo, no vale. Pero eso es mentira. El pensamiento profundo, la pedagogía real y los entornos accesibles no se improvisan. Se diseñan.
Ojalá me hubiera dado cuenta diez años antes que:
No tengo que acordarme de todo en vivo. Apoyarme en notas no me hace menos inteligente
Planificar no es rigidez, es calidad
Los errores técnicos no me definen como profesional
Dejar mensajes en la consola es ayudar a Belén del futuro
Mi conocimiento no pierde valor porque necesito estructurarlo distinto
Tener una estructura me libera para improvisar con más libertad
Enseñar no es actuar. Es conectar. Y para conectar, necesito estar cómoda
Me costó mucha terapia llegar hasta acá. Y seguramente haya quienes no estén de acuerdo. No es fácil aceptar que a veces necesitamos ayuda.
¿Vos también tenés estrategias o adaptaciones que te hacen la vida más sostenible?
Dejame alguna en los comentarios. Quiero armar un archivo con formas diversas de enseñar y trabajar desde el caos.
Nos vemos la próxima 💛
✊ Hola Substacker ¿Tiene usted un momento para hablar de nuestro amo y señor el algoritmo? Que bueno ¡Yo tampoco! De hecho este texto no está optimizado para el algoritmo. No es viral ni breve pero tiene mucho amor y todo el caos que habita en mi cabeza.
Si te da algo —una idea, una pregunta, un alivio— ayudame a seguir creando este rincón de la vieja web donde escribir sin fórmulas todavía es posible.
☕ Regalame un Cafecito o sumate a un plan mensual
💌 Compartilo con alguien que también está buscando algo más:



Mis primeras clases tenía anotado en un cuaderno los temas que iba a dar y luego lo escribía en el pizarrón. El resultado: pasaba un montón de tiempo escribiendo y nunca llegaba a dar todos los temas. Por eso hice lo mismo que vos, diapos con poco texto y un ancla visual (memes también), más notas de autor con las cosas que me suelo olvidar (autores, fechas, etc.), porque como vos, soy un caos de conceptos, justo ayer di una charla abierta por ser la última clase y me di cuenta de lo mucho que extrañaba mis diapos porque iba y venía de un tema a otro sin norte.
Está me pega en el centro "Todos mis ejercicios prácticos están resueltos de antemano. No porque no sepa hacerlos, sino porque no puedo arriesgarme a que mis funciones ejecutivas me fallen en vivo".
Nada me estresa más cuando doy un taller o una clase. Pero tener todo preparado también me frustra porque es un montón (la tensión de meter la pata). Se me pasa mientras estoy dando clase, porque me gusta, pero el antes es una tortura.