¿Conocen a Bob Ross? Seguro lo conocen, aunque no lo tengan de nombre probablemente lo ubiquen. Era el señor que pintaba en la tele, con su voz particular y su todavía más particular corte de pelo. Bob consideraba que los "happy little accidents" (pequeños accidentes felices) que ocurren naturalmente cuando uno pinta no deben verse como fallos, sino como oportunidades para crear algo único y hermoso. Si algo no salía como se planeaba durante la pintura, él lo integraba al cuadro de manera creativa, transformándolo en árboles, montañas o cualquier elemento que enriqueciera la obra.
Y este año para mi fue bastante feliz… y accidentado.
Han pasado tres semanas de silencio en este espacio. Si se mantienen al día de mis desventuras es probable que ya sepan el por qué pero para quienes no les cuento: fui madre por tercera vez.
Si tuviera que definir al 2024 con una frase diría que fue el año de los planes frustrados. No lo digo con amargura o rencor porque fue, en retrospectiva, un año excelente. Pero es importante aunque solo sea con fines literarios aclarar que yo tenía un plan y ese plan falló.
La última edición de este newsletter iba a ser publicada el viernes 27/12 y su título eran stand-(ba)by en alusión a que me iba a tomar enero y febrero libres (un stand-by) para dedicarme enteramente a la acción de maternar. Al baby. Stand-baby. Y después de eso, como emergiendo de mi gran silencio de verano iba a volver, en Marzo. Era perfecto, demasiado perfecto. Ilusa yo que creí que algo iba a salir de acuerdo al plan.
Cuando me propuse escribir este espacio mi idea original era muy distinta a lo que terminó pasando. De hecho en alguna descripción Sin códigos todavía se describe como “un lugar donde comparto mis aventuras y desventuras ideando y creando mi próximo proyecto”. Publicidad engañosa, Sin Códigos es ante todo un newsletter de novedades y opinión sobre el mundo tech.
Pero mi intención nunca fue engañarlos. Yo estaba desarrollando un producto. Se llama Códice y es una plataforma para personas curiosas que quieren aprender de tecnología de una manera diferente. No es una plataforma de cursos ni una escuela. Es más como un gran machete, un rincón con información curada sobre ciertos temas que se puede usar como apoyo al estudio formal o autodidacta.
Códice venía a ocupar un lugar especial en mi vida, que es suplir mis ganas de enseñar pero en un espacio donde no tenga que vender mi cara ni jugar a ser influencer. Cerraba por todos lados.
Mi plan original era cortar con la creación de contenido y la búsqueda de clientes y dedicar mi 2024 a desarrollar la plataforma, plan de marketing, lanzar una beta cerrada, etc. Empecé allá por febrero (post mudanza) a armar los primeros borradores de producto, hacer mock-ups, etc. Todo venía bien.
Abril me encontró con un producto planeado y una rutina de gimnasio que cumplía casi religiosamente. Me sentía bien, tenía grandes planes, 2024 iba a ser el año en el que lanzaba un nuevo producto y mejoraba mi VO2. Ja, ilusa.
A mitad de mes mi VO2 se desplomó y me sentía muy mal. Supe inmediatamente que estaba embarazada, incluso antes de poder hacerme el test sin que de falso negativo.
Los primeros tres meses fueron el infierno. De día nauseas, de noche un dolor de espalda imposible que se extendía a las costillas muy similar a una costocondritis. Inservible completamente. Decidí que quizás era momento de replantear mi 2024 y tomarlo con calma.
Con el segundo trimestre vino el alivio, pero no duró mucho. Alrededor de las 22 semanas de embarazo me dieron mal unos estudios y el médico diagnosticó pre-eclampsia, una complicación que puede causar hipertensión, daño renal, convulsiones, problemas de crecimiento fetal, parto prematuro…etc. Me medicaron, me empecé a cuidar mucho con la comida y dejé atrás todo intento de cerrar un proyecto este año.
No sé como resuena con ustedes esa decisión. Mi motivación no era de madre abnegada ni mucho menos. No lo vi como un sacrificio. Mi estado mental durante todo este proceso fue más la confirmación de que algunas cosas se pueden dejar para más adelante y otras no. Ningún embarazo dura para siempre y eventualmente llegaría el momento de volver a hacer cosas. Ese momento no era ahora.
Mi presión arterial cooperó más de lo esperado, no se si gracias al relax, la comida, la medicación o a la suerte. De todos modos el fantasma del parto prematuro me pesaba. En un embarazo normal uno se pregunta de que color serán los ojos o el pelo del bebé. En un embarazo con complicaciones te preguntás si al nacer le funcionarán los pulmones y si te dejás llevar por ese estado mental terminás en lugares muy oscuros. El tiempo se me hacía de goma, eterno. Cada miércoles contaba una semana más como un pequeño festejo.
Para la semana 33 no podía más físicamente. Me pesaba todo, me sentía mal, hinchada. Dejé de manejar, de salir, de moverme. En la semana 35 hice un último esfuerzo para acompañar a mi hijo mayor en su acto de fin de curso. Esa misma noche rompí bolsa y a las dos horas estaba sentada en el quirófano a punto de dar a luz.
No sé explicarles la sucesión de eventos que siguieron. Nació, le di un beso, se lo llevaron. Lo trajeron de nuevo en una incubadora y con respirador. Durante una cesárea el quirófano está lleno de gente que charla entre si pero cuando el bebé nace la mitad se va (con él bebé). De pronto todo es luz y el único ruido que queda es el del médico y sus herramientas y el coro de monitores. Y ahí estaba yo inmovilizada, pequeña, impotente.
El chiqui pasó diez días en neo. El primer día fue impresionante, muchos bebés muy chiquitos y alarmas que suenan constantemente. Cuando me dieron el alta nos alquilamos un airbnb al lado del sanatorio. Me sorprendió lo rápido que enganchamos la rutina: Levantarse → ir al hospital → ver al chiqui → desayunar → ver al chiqui → comer alguna porquería → ver al chiqui → café → ver al chiqui → ducha → dormir y de vuelta al principio.
Nuestro paso por neo fue light. Siempre para adelante, sin retrocesos. Lo que tiene es que uno pasa horas y horas ahí y se empapa de historias ajenas. Papás primerizos lidiando con un prematuro mientras la madre se recupera en cirugía, mamás que se culpan por no haber podido llevar un embarazo a término, familias religiosas que caminan cincuenta cuadras y suben diez pisos por escalera para poder ver a sus hijos respetando el shabbat. Todas las historias tienen el mismo factor común: un plan que falló y ahora tenemos que lidiar con las consecuencias. Eso te empieza a pegar y se queda con vos, para bien o mal.
Ya volvimos a casa y todo sigue bien. Me gustaría poder decir que esta experiencia me cambió y que reflexioné sobre mis prioridades en la vida y que por eso voy a tomarme unos meses sin escribir. La realidad es que en este momento si aprendí algo todavía no lo sé. ¿Vieron cuando tienen una herida abierta y el más mínimo soplo de viento molesta y causa dolor? Bueno, yo me siento como si yo, toda completa, fuera una herida abierta y todo lo que pasa alrededor me hace doler. No puedo en este momento lidiar con absolutamente nada que no sea mi rutina. Necesito tiempo, silencio y distancia.
Por eso aprovecho este número para cerrar este feliz accidente que fue la temporada 1 de Sin Códigos. Fue para mi un gran honor escribir cada semana y que ustedes encuentren valor en lo que digo. Nos veremos más adelante, si no es en este formato será en otro. No me voy a gastar en hacer planes si después la vida va a hacer lo que quiera. Gracias por estar ahí.
¿Les pido un último favor? Compartan los números anteriores de Sin Códigos, que más gente los encuentre y los lea y quizás resuene con alguna de las ideas que hablamos por acá, que este espacio siga activo aunque yo no lo esté <3
¡Gracias y feliz 2025! Nos vemos por ahí.
Creo que nadie que haya pasado por neo olvida jamás esa experiencia, es como estar en otra dimensión donde el tiempo pasa de una manera diferente.
Me alegro de que esté todo bien, que disfrutes este momento.
Gracias por contarnoslo. Muchos exitos con el nuevo ser.
Abrazos remotos.